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La Huelga

De tanto en tanto, en la Argentina aparecen voces que eligen atacar el rol del sindicalismo. Resulta llamativo porque a lo largo de la historia el movimiento obrero ha dado acabadas pruebas de su importancia en la formación de una conciencia colectiva para forjar la solidaridad y la justicia social, valores claves para la convivencia en democracia.

Los comentarios en contra de la actividad gremial suelen estar detrás de los ya conocidos argumentos neoliberales. Justo en un país donde la aplicación de esas recetas casi destruye por completo la sociedad.

Efectivamente, esas voces se vuelven a oír cada vez que se ponen en juego las negociaciones paritarias o que las organizaciones gremiales se ven obligadas a recurrir al Derecho de Huelga ante la intransigencia o falta de diálogo de sectores empresarios o del gobierno. Voces que no dudan en utilizar como “chivo expiatorio” a las organizaciones sindicales, descargando toda su artillería mediática culpando a las organizaciones gremiales de sus erráticas decisiones.

No dudan en atribuir a las cláusulas de las Convenciones Colectivas la existencia del trabajo en “negro”. Según esa interpretación, el hecho de que los Convenios incluyan cláusulas a favor de los trabajadores, es la causa de que los empresarios busquen evadirlas, contratando en negro, o que directamente no tomen más personal. En realidad, quienes piensan así están favoreciendo una vuelta a los tiempos en que las patronales establecen unilateral y arbitrariamente todo lo referido a las condiciones de trabajo. Esos mismos se olvidan que las Convenciones Colectivas son tales porque se negocian y pactan de común acuerdo, en comisiones paritarias, las mismas que luego son homologadas por el Ministerio de Trabajo.

La “dictadura gremial” es un mito.

La realidad indica otra cosa: el desempleo y el trabajo en negro tienen que ver con las políticas –tanto públicas como privadas- que hacen a la inversión productiva y al cumplimiento de las normas vigentes. Una economía que termina privilegiando la especulación, en lugar de la producción y del empleo genuino, es la que genera permanentemente el círculo vicioso del trabajo informal y la desocupación.

El argumento de que las cláusulas de convenio generan la mala calidad (o incluso la destrucción, como se oye a veces) del empleo, equivale a decir que los robos se producen porque las víctimas tienen algo que se les puede robar y no porque haya delincuentes sueltos.

Sucede lo mismo con el cuestionamiento al Derecho de Huelga. Un fundamento que se suele emplear en contra de las medidas de fuerza, es la remanida frase: “los paros no resuelven nada y perjudican a los propios trabajadores”. Desde ya, como sabe todo dirigente y militante sindical, a ningún trabajador le gusta tener que recurrir a medidas de fuerza. Los asalariados saben mejor que nadie que se trata de una acción de lucha, que afecta su propia tranquilidad, su seguridad y la de sus familias, que conlleva un sacrificio y un riesgo. Por eso solamente se realizan cuando no queda más remedio, como ahora, cuando se han cerrado las puertas del diálogo y la negociación. Por ello, decir que “no sirven para nada” desconoce toda la historia del Movimiento Obrero en la Argentina y en el mundo. No hace falta remontarse 200 años de historia para darse cuenta que si los trabajadores no hubiesen luchado, hoy seguirían siendo “legales” las peores situaciones laborales.

También se afirma que existe una relación directa entre la defensa de los intereses de los trabajadores y la pobreza. Un planteo ridículo, de otros tiempos, un error que hoy están pagando países de la UE y los EE.UU. donde se ha debilitado la fuerza sindical.

Lo que se requiere para reducir la pobreza es aumentar la producción, la creación de bienes y servicios y garantizar el poder adquisitivo. Si la fórmula consiste en sobreexplotar a los trabajadores y quitarle sus conquistas históricas, el resultado seguirá siendo mayor pobreza. El último cuarto de siglo argentino es una prueba, el “aumento de productividad” y la “disminución de la pobreza” no necesariamente van de la mano.

Finalmente, se suelen cuestionar los reclamos y el accionar de las organizaciones sindicales diciendo que son de índole “política”. Es verdad. No hay que tenerle miedo a esa palabra, los antiguos griegos la crearon hace más de dos siglos y, según sus mejores filósofos, es el punto culminante de la ética y de los valores morales en la vida pública. No hay dudas, las organizaciones gremiales y sus acciones son parte de la política, no por una aspiración de poder personal, sino para asegurar a sus representados mejores condiciones de vida. En la política, “nadie se realiza en una comunidad que no se realiza”.

 

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